Octubre se ha ido prácticamente ya entero. Ha sido un mes de muchos eventos. Y a la vez, todo ha sido suave... casi incoloro. Los días se han ido escurriendo uno a uno, como si fuéramos desgranando un elote para preparar un banquete al cual no sabemos quién será invitado. Esos pequeños granos vienen en todos los colores, com el maiz mismo: rojos, blancos, azules, amarillos, púrpura. Sorprenden al abrir la hoja de elote, y peinar esos raquíticos pelos como se hace para despejar la frente de un niño.
A veces, se siente que los días están rotos. O quizá es uno el que está roto. O quizá el mundo. O la relación que uno tiene con éste. A veces son días felices, días de encuentros, días de descubrir la maravilla de estar aquí. Estar para recibir. O simplemente para prestar oído y ser testigo. A veces ese es el mayor tesoro, poder estar ahí para otro. Aunque sea en un silencio denso, en el cuál se busa una grieta para clarear una sonrisa.
Así se me ha ido octubre. Entre la llegada de mi Carla, tesis, lecturas, semanas de inducción que no llegan a serlo, semanas libres bañadas de lecturas, visitas a museos, visitas a otras ciudades, descubrimiento de gente en quien puede uno confiar, y en quien puede uno imitar el paso o ir en sincopa (así se escribe?). Armar otros ritmos. Armar más silencios.
Amsterdam: a veces tan cercana y tan abierta. A veces tan lejana, críptica.
He visto cómo la gente defiende la equidad de su transporte público, evitando que otros abusen de él: exigiendo el pago igualitario (en especial de aquellos que evidentemente pueden pagarlo); pero a la vez he tenido vistazos a la dificultad que tiene para ver de frente un pasado colonialista que los persigue. Les cuesta aceptar a esos otros que pueblan ahora también su tierra. Hablan de integración, pero quieren decir asimilación: lo que es lo mismo que 'blanquización'. No es tan fácil el encuentro con el otro.
El archivo y su información llegan a un límite: exigen la sabiduría de otros conocimientos, que no son reconocidos como tales.
He visto también los días acortarse. Cambiar de horario. El sol se pone cada vez más temprando, el fío aprienta. Y ve en la cara de la gente la pesadumbre de un invierno que se adelanta. Pero a mi me gusta. Me saca de centro, me pone en una situación nueva.... me recuerda que esto es sólo un sueño. Que habrá un después. Un después que quisiera mejor, que quisiera mexicano -con lo mejor de esa palabra-. Después que se me esconde, que cambia. Así que vuelvo la vista por sobre el hombro - y cual Ángel de la Historia- encuentro al pasado igual de difícil. Quisiera redimir un par de lugares, un par de cosas, memorias significativas, afinidades electivas. Ya se verá.
Trato de estar aquí, y de disfrutarlo. Disfrutar ese beso del pasado y del futuro, aquí.
Reentiendo el placer de las correspondencias, del arte de escribir cartas. Cartas cortas, cartas largas. Pequeñas misivas que recorren caminos digitales o análogos, buscando encontrar un puerto seguro. Buscando la sonrisa de aquel que las reciba, por saberse en una red de afectos. Sonrisa, por saber que compartimos un lugar que llamamos emoción. Que una noche, en la selva, contamos nuestros dolores y nuestros éxtasis, la fija vista vigilando un fuego, miradas tranquilas, oidos abiertos, corazón del mundo. Esa es mi patria.
(demasiado críptico?)